Marco Polo Cevallos
La vinculación del ser humano con el entorno en el cual hace su vida debe estar signada por la armonía relacional de lo uno con el todo; es decir, en la simbiosis y la inclusión; en la elasticidad y la resiliencia; sin embargo, el paradigma de la postmodernidad hace con frecuencia una aproximación reduccionista a esta relación, pues el hombre pretende medir con las propias escalas de su historia y de su vida la realidad que lo rodea, intentando hacer que dichas escalas den razón de los procesos naturales, olvidando la propia dinámica y el propio ritmo de esos procesos sistémicos (Gamboa, 2008).
En este sentido, Gharajedagui (2008) señala que, en los últimos setenta años el pensamiento sistemico evoluciono por tres distintas generaciones de cambio; siendo la primera aquella que trató sobre la interdependencia en el contexto de los sistemas mecánicos; la segunda generación de pensamiento sistémico trató del doble desafío de la interdependencia y la auto-organización, en el contexto de los sistemas vivos; la tercera generación, responde al triple desafío de “interdependencia”, “auto-organización” y “libertad de elección”, en el contexto de los sistemas socioculturales.
Esta última generación es el resultado de la necesidad de reducir interminables complejidades y la exigencia de lograr una complejidad manejable en sistemas sociales, los cuales se caracterizan por ser abiertos, multidimensionales, emergentes contra-intuitivos y tener propósitos, siendo la cultura su ADN. Según Casanova et al., (2016), en esta tercera etapa es cuando la palabra complejidad toma protagonismo a través de las ideas Morín (2007), cuyas obras referentes son: Introducción al Pensamiento Complejo y Sistemas Complejos.
Por último, están los planteamientos de Luhmann (2002), con su teoría de sistemas sociales autopoiéticos, cuya arquitectura teórica-conceptual podría considerarse el inicio de una cuarta generación al plantear a los sistemas complejos como el resultado de la capacidad de éstos para producir y reproducir los elementos que les conforman y los diferencian del entorno.
Por tanto, los cambios referidos a la forma de producir y de consumir están en función de mejorar la eficiencia en el uso de la energía de los sistemas agroecológicos al realizar un manejo agrícola menos dañino con el ambiente; al grado de cognición ecológica de los productores, el cual está referido a la actitud hacia las consecuencias ecológicas de sus acciones; a la conducta ecológica que manifiestan en sus actividades y, a la obligación moral que sienten para con el ambiente (Martínez y Bustillo, 2010).
Desde que Morín introdujera el concepto de sistemas complejos, muchos autores han ampliado y repensado el mismo, desde diferentes posiciones. Da Conceicao de Almeida (2008; citado por Jaimes et al., 2015), puntualizó una serie de argumentos, entre los cuales se destacan los siguientes: lo complejo siempre hace referencia al conjunto de elementos heterogéneos inseparablemente asociados que presentan la relación paradójica entre lo uno y lo múltiple; lo complejo es indeterminado, no lineal y meta estable; lo complejo se construye y se mantiene por la auto organización, propiedad por la cual algunos sistemas tratan internamente su información, reordenándola y transformándola en nuevos patrones de organización; lo complejo es simultáneamente dependiente y autónomo, necesitando de un contexto o de un entorno, pero se organiza a partir de sí mismo; lo complejo está marcado por lo inconcluso o inacabado, ya que siempre está en evolución, alteración o mutación.
Casanova et al., (2016), en sus análisis de la evolución del pensamiento sistémico, señala que esta evolución no ha sido paralela al pensamiento agroecológico ya que, aunque la realidad agrícola contemporánea se caracteriza por su complejidad, ésta sigue siendo fundamentalmente estudiada de acuerdo con los principios sistémicos de la segunda generación, obteniendo resultados sin duda valiosos, pero parciales lo cual impide comprenderla como una totalidad.
Bajo este contexto, el pensamiento sistémico complejo que caracteriza la tercera y la cuarta generación se consideran el fundamento necesario para la consolidación de la nueva agroecología y su unidad de estudio: el agroecosistema.
Según estos autores, el estudio de los sistemas agrícolas, aplicando el concepto de agroecosistema, se circunscribió en sus inicios, en el contexto de la segunda generación. En otras palabras, la actividad científica agroecológica basada en la segunda generación del pensamiento sistémico se abocó principalmente al estudio de procesos ecológicos con el fin de encontrar un manejo óptimo que indicara cuál debía ser el nivel adecuado de interacciones entre componentes bióticos y abióticos del agroecosistema.
La influencia de estos principios es evidente en la definición de Hart (1985) quien concibió el agroecosistema como un sistema formado por un grupo de especies en un hábitat específico (factores bióticos) y el medio ambiente (factores abióticos) con el que interactúa procesando entradas y salidas de energía y materiales. En este mismo sentido, Gliessman (1990) conceptuó al agroecosistema como una unidad de producción agrícola que debe ser comprendida como un ecosistema donde los límites son designados arbitrariamente por el investigador. Desde estos argumentos, el agroecosistema fue considerado un sistema abierto que recibe insumos y genera productos y su estudio consiste fundamentalmente en el análisis de las relaciones ecológicas: suelo-agua-atmósfera, suelo-planta, planta-insecto, planta-planta, etc. (Casanova y et al., 2016).
Este concepto, deja a un lado la existencia de un agricultor que realiza acciones agrícolas en un determinado espacio y tiempo, es decir, el rol de los productores y familias como tomadores de decisiones en las prácticas de manejo de los sistemas de producción agroecológicos. Desde esta perspectiva, excluye al productor a ser parte de él. Esto impulsó a varios investigadores al estudio de otras dimensiones que conjuguen aspectos no solo ecológicos.
Así, Conway (1987) planteó que, los factores más importantes para analizar un agroecosistema son los ambientales, sociales y económicos; argumento que es similar al planteado por Ruiz (1995), al señalar que en el agroecosistema interactúan factores socioeconómicos y tecnológicos para la utilización de los recursos naturales con fines de producción, para la obtención de alimento y servicios en beneficio del hombre. Estas propuestas están acordes a lo que señala Altieri (1995), quien reconoce al productor como un componente fundamental del agroecosistema porque es capaz de orientar la producción según sus fines; por lo tanto, plantea que en el estudio de los sistemas de producción agroecológicos se requiere abordar las dimensiones ecológica, social y económica.
Sin embargo, en este proceso evolutivo, Casanova y et al., (2016) señalan que, la transición del pensamiento agroecológico, en concordancia con la emergencia de la tercera generación de pensamiento sistémico, ha sido difícil de superar. Un ejemplo es que, el agroecosistema aún se sigue conceptuando como algo que existe en la realidad; en otras palabras, esto significa concebir al agroecosistema como un sitio de producción, una unidad de producción equivalente a una granja, finca, parcela, milpa, solar, etc. (Gliessman, 2002 y León, 2012).
En esa línea evolutiva, están también los planteamientos de Brunett y et al., (2006) que propusieron considerar conocimientos y aspiraciones del productor como factores que influyen en la dinámica del agroecosistema, y lo indicado por Ruiz (2006), quien incorpora en su definición de agroecosistema el término “relaciones sociales de producción”.
Desde esa perspectiva, las decisiones que toman los agricultores para iniciar con una producción agroecológica, dependen no solo de la tecnología y recursos locales disponibles, sino también de numerosos aspectos del sistema social, económico e institucional circundante (Cevallos y Mendoza, 2019).
REFERENCIAS
Altieri, Miguel. 1995. Bases y estrategias agroecológicas para una agricultura sustentable. Revista Agroecologia y Desarrollo. No. 8, pp: 21-30.
Casanova, Lorena Juan, Martínez Silvia, Cesareo López, y Benjamin Peña. 2015. “Enfoques del pensamiento complejo en el agroecosistema”. Interciencia. Vol 40. No. 3, pp: 210-217.
Cevallos, Marco y José Mendoza. 2019. Capital social comunitario: recurso promotor de los emprendimientos agroecológicos. Revista internacional de administración, Estudios de la Gestión. No. 5: 98-120.
Brunett, Luis, Luis García, Carlos González, Fernando De León, y Juan Climent. 2006. “La agroecología como paradigma para el diseño de la agricultura sustentable y metodologías para su evaluación”. Sociedades Rurales, Producción y Medio Ambiente. Vol. 6, pp: 84-109.
Conway, Gordon. 1987. “The Properties of Agroecosystems”. Agricultural Systems. Vol. 24, pp: 95-117.
Gharajedagui, Jamshid. 2008. Prólogo. En E. Herrscher (Autor), Pensamiento sistémico, caminar el cambio o cambiar el camino. pp. 11-23. Buenos Aires.
Gamboa, Gilberto. 2008. Restablecer la relación hombre–ecosistema: Un desafío para la bioética. Revista colombiana de Bioética. Vol. 3, No. 1.
Gliessman, Stephen. 1990. Researching the Ecological Basis for Sustainable Agriculture. Agroecology. No. 78, pp: 3-10.
—— 2002. Agroecología: Procesos ecológicos en agricultura sostenible. Turrialba: Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza. 35 p.
Hart, Robert. 1985. Conceptos básicos sobre agroecosistemas, Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza. CATIE. Turrialba, Costa Rica. 160 p.
Jaimes, Edgar, Neida Pineda, José Mendoza, J. y Yolimar Garcés. 2015. “Análisis de la complejidad ambiental, a través de su homogeneidad multivariada”. Ejemplos de aplicación. Revista Academia. Vol. 14. No.34, pp 58-59.
León, Tomas. 2012. Agroecología: la ciencia de los agroecosistemas: la perspectiva ambiental. Universidad Nacional de Colombia. Instituto de Estudios Ambientales. 261 p.
Martínez, Juan y Lossette Bustillo. 2010. “La autopoiesis social del desarrollo rural sustentable”. Revista Interciencia. Vol. 35 No 3.
Morín, Edgar. 2007. Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa. 186 p.
Luhmann Niklas. 2002. Clausura operativa/autopoiesis. En Introducción a la Teoría de Sistemas. Universidad Iberoamericana. México. pp. 99-126.
Ruiz, O. 1995. Agroecosistema. Término, concepto y su definición bajo el enfoque agroecológico y sistémico. En Memoria del Seminario Internacional de Agroecología. Chapingo, México. UACH.
Ruiz, Omar. 2006. Agroecología: una disciplina que tiende a la transdisciplina. Interciencia, 31(2), 140-145.